lunes, marzo 03, 2008

Cristo Redentor, nubes y Río… parte 2

A medida que el taxi subía el camino hacia el Cristo, iban apareciendo diversas formas de árboles, arbustos y flores coloridas dando la impresión que nos estábamos internando en una especie de urbana selva tropical, ajena al ruido de la ciudad, ajena a su gente... en fin una especie de oasis verde que se elevaba hasta los pies del Cristo.

Corcovado... al mirarlo de lejos se entiende la razón de su nombre que en castellano sería "Jorobado" y que a veces esconde su rostro entre la caprichosa neblina... que muy a menudo tiende a ser lluvia que lo empapa de la cabeza a los pies.

Continuabamos el ascenso por un camino sinuoso lleno de curvas y aparecía, imperceptible en un comienzo, una niebla que poco a poco se iba espesando hasta casi llegar al punto de saturación. Prácticamente cuando arribamos a la cima ésta no dejaba ver más alla de unos 80 metros. Una vez me bajé del taxi acordamos con el conductor que iba a esperarme una hora, en ese instante cálculo eran las 18:30.

La visita se veía poco auspiciosa, estando a los pies del Cristo apenas le veia la espalda... peldaño tras peldaño y la situación no cambiaba, una especie de sentimiento mezcla de arrepentimiento y resignación comenzaba a embargarme. Sentía que literalmente "el de arriba " ese día me estaba dando la espalda.


Habían muchos turistas intentando captar algún instante de claridad para hacer una foto mas aquellos momentos eran demasiado cortos casi imperceptibles. El rostro del Cristo aparecía de vez en cuando entre la niebla... fantasmal y efímero.

Comenzaba a atardecer y era el momento de partir. Para los turistas era un asunto complicado pues no habían podido cumplir el deseo de ver el monumento en gloria y majestad y menos aún ver las espectaculares panorámicas de la ciudad. De mala gana los grupitos comenzaban a irse y llegó un instante en el cual quedé completamente sólo allá en la cima. Intentaba vislumbrar entre la bruma algún indicio visual de ciudad, de playa, de puerto más esos instantes eran mínimos. Sólo los sonidos urbanos permitían dimensionar el movimiento allá abajo.


Y así llegó el instante en que decidí volver por los peldaños que me habían traído a la cima... algo lateado y decepcionado. Mas a mitad de escalones decidí regresar!!! Pues bien, si no puedo ver nada al menos podré meditar un rato, estoy solo y de alguna manera la majestuosidad del Cristo Redentor me hace sentir más cerca del creador.

Avanzo hacia ti y me detengo frente a ti, te doy la espalda para volver a mirar hacia la ciudad. No veo nada y cierro mis ojos... me acompaña el sonido de la urbe mezclado con el canto de algún pájaro... aparece un instante de silencio, tengo la impresión que estoy en medio de la nada... abro los ojos y no veo nada más que tu figura materializada en el granito. Sensación de inmensa soledad es la que siento... una soledad indiferente e inquietante al mismo tiempo, como si tratara de revelarme algo.

Pasarán los años, las centurias y quizás el tiempo se llevará todo lo que ahora no puedes ver desde este balcón. ¿Que es lo que quedará entonces si el mundo material se esfuma ante el paso del tiempo y la obra del hombre?¿Que queda mas allá del hombre, más alla de sus días, más alla de este mundo? Esta nada presente que estuvo presente en el comienzo de todo... ¿se hará presente al final? ¿Es necesaria la existencia de un motor que la originó y la hizo cautiva? Es este mismo motor quizás sea el que permanecerá por siempre, más allá de la nada... absoluto, eterno y ajeno al tiempo.



... y en el instante menos esperado disipas la niebla, aparece tu rostro y luego te ocultas nuevamente entre la nada y yo ajeno al tiempo, sin noción de espacio... solo en medio de esta blanca soledad, vuelve el canto del pájaro que se confunde con el rugido de la ciudad... el canto efímero, la nada inverosimil.

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Entre el cielo y el mar ... un bitácora de viaje.